BOSQUE DE LA PARDINA DEL SEÑOR
De nuevo, somos más de sesenta entre niños y adultos los que el domingo a las nueve de la mañana nos subimos a los autobuses rumbo al valle de Vió. El viaje es algo más largo de lo habitual, en torno a la hora y media, y es en las cercanías de Fanlo donde comienza nuestra excursión, en un tramo del GR-15 que se dirige hacia el Valle de Broto, aunque no llegaremos hasta esa población, y atravesamos un bello bosque todo el año, pero en el que el otoño nos ofrece un paisaje diferente y una gran variedad de colores.
De la carretera sale el camino señalizado con las marcas de GR y que durante todo el trayecto nos guiarán sin pérdida. Son como siempre los niños los que encabezan la marcha sin problemas por el sendero que desciende rápido entre el bosque espeso que apenas deja pasar la luz, donde predominan los pinos y el boj cubierto de musgo, además de otras especies que dan el contraste de color en este momento y que en ocasiones nos ofrece una postal de cuento de hadas. En apenas veinte minutos de bajada llegamos al río Chate y vemos una bonita badina que en verano invita seguro a un refrescante baño y donde los niños se entretienen un rato jugando y aprovechamos este lugar para almorzar al sol que ya empieza a calentarnos, que aunque hemos empezado un poco abrigados, la temperatura es muy agradable, el sol que se filtra entre las hojas de los árboles nos ilumina y a lo largo de la excursión nos iremos desprendiendo de ropa para ir en manga corta ya casi todo el día.
Desde aquí el camino empieza a subir un poco y en el bosque que atravesamos ahora la especie que domina el bosque son las hayas, salpicadas de abetos, acebos, arces, abedules, avellanos, servales, tilos, olmos, robles… Una hora nos cuesta llegar a la Pardina de Ballarín desde el río, construcciones abandonadas y derruidas de las que sólo del edificio principal se sostienen en equilibrio las cuatro paredes, del resto apenas pequeños muros se alzan entre la vegetación que los invade. Hacemos un pequeño descanso en este lugar y de nuevo retomamos la marcha.
Los colores otoñales algo apagados, amarillos, marrones, el verde de los árboles de hoja perenne, las hojas caídas en el suelo alfombran el camino. Vamos viendo algunos ejemplares de hayas o robles de gran porte, otras zonas menos espesas de vegetación, la senda a media ladera no es muy ancha, y nuestro grupo forma una larga columna multicolor. Al cabo de un rato empiezan a oírse las voces de los niños que dicen que quieren comer, así intentamos aligerar el paso un poco para llegar al sitio que teníamos previsto para ello. Pasamos junto a una bonita fuente en la ladera, lástima que la sequía de este largo verano y otoño hace que esté seca. Desde aquí en apenas cinco minutos llegamos a las bordas de San Esteban, restos de un antiguo núcleo habitado y en un bonito prado verde soleado es donde ahora sí damos satisfacción a todos y detenemos la marcha para comer tranquilamente, los niños devoran su comida en un momento para ponerse a jugar, algunos adultos al terminar la suya aprovechan a dar una cabezada al sol y antes de emprender la marcha de nuevo nos hacemos la tradicional foto de grupo. Apenas hemos estado una hora y retomamos la marcha, ya en el tramo final de nuestro recorrido para ir apenas unos minutos por una senda entre antiguos muros de piedra y llegar a una pista, donde repartimos a pequeños y mayores los dulces con los que terminamos siempre las excursiones y en unos veinte minutos llegamos hasta la carretera, después de unos diez kilómetros de recorrido y donde ya nos esperan los autobuses que nos llevaran de nuevo a Huesca.
En el trayecto de vuelta ya cansados por el largo día, son muchos los que se entregan al sueño de Morfeo para llegar a Huesca con las últimas luces del día, poco después de las seis de la tarde, y despedirnos hasta la próxima excursión. Como siempre el tiempo nos ha acompañado y hemos disfrutado en familia y con nuestros amigos de una bonita excursión por uno de los muchos espectaculares entornos que nos ofrece nuestra provincia.
Javier Lázaro
