XLV TRAVESÍA ALTOS PIRINEOS

Benasque – Llauset – Benasque
25 y 26 de marzo de 2023

Exprimiendo el tiempo: esto, sencillamente, es esquí de travesía…

Jose Orte

En todos nosotros existe una contradicción respecto al tiempo. Asumimos que es una magnitud con la que medimos la duración o separación entre acontecimientos, pero a su vez sabemos que la percepción del paso del tiempo puede ser imprecisa y siempre relativa.

Es, en fines de semana como el pasado, cuando nuestra vida toma otra velocidad, cuando las vivencias se agolpan de tal modo que apenas dos días pueden parecer semanas, y cuando resulta tan complicado hacer balance en pocas líneas de todo lo acontecido, que no merece la pena intentarlo.

Para empezar, es necesario estirar los márgenes de lo disponible: la primera jornada amaneció con caras de sueño en el parking de los Llanos del Hospital del sábado 25 de marzo a las 08:00. Aunque algunos de los 24 participantes habían pasado la noche por la zona, otros tenían como punto de agrupación a las 5:30, Huesca. Los menos venían incluso de más allá. La ruta propuesta prometía mucho, y la preocupante falta de nieve a estas alturas del año hizo de reclamo para que desde Valencia, Barcelona o Zaragoza, muchos quisieran no perderse la que podría ser la última esquiada de esta temporada.

Sábado, 18,3km. 1499m de ascensión. 8:30h de actividad.

Como es habitual en este tipo de salidas, se comenzó de manera alegre con charlas, risas, presentaciones, algunos nervios y con bastante peso a la espalda. Que no hubiera nada de nieve hasta Aigalluts, (cota 2.000m), no presagiaba nada bueno para la “esquiabilidad” de la ruta, así que muchos decidieron salir con zapatillas y llevar 6km los esquís con las botas en la espalda.

Afortunadamente la poquita nieve que quedaba a esa cota nos permitió por fin calzar esquís y empezar a foquear por el valle de Barrancs para luego trazar y trazar zetas hasta coronar el collado de Salenques, (2.808m), en un día soleado y demasiado primaveral. El premio fue una primera esquiada con nieve perdonavidas hasta el valle del mismo nombre, desde donde foqueamos de nuevo para ganar el  Collado de la Vall (2.706m), desde donde temíamos no tener nada sobre lo que esquiar hasta el refugio de Llauset a la vista de los pelados lomos del collado. Afortunadamente algunos tubos enlazados  guardaban algo de nieve que nos permitió bajar, eso sí, muy atentos a la presencia de rocas y vegetación que daba cuenta de la paupérrima capa restante que queda incluso por encima de 2.500m en laderas soleadas.

Una vez acogidos en el moderno y funcional refugio de Llauset,  tras dar cuenta de una suculenta cena a base de garbanzos y longaniza, seguimos indagando en los misterios del tiempo: se repitieron los mantras de todos los años cuando toca cambio de hora: “¿el despertador lo ponemos a la hora vieja o a la nueva?”,  “¿se cambia la hora si no hay cobertura?”, “¿el desayuno es a la hora nueva o a la vieja?”. Por supuesto las teorías no sirvieron de nada y los despertadores sonaron a todas las horas, y en todas las habitaciones y, aunque en Peña Guara y se sigue el lema de los Marines y no se deja nunca a nadie atrás… una avería en un esquí obligó a un participante a bajar hacia el embalse de Llauset para pedir un taxi y dejar la salida a la mitad, y eso que las mejores manos trataron de improvisar soluciones creativas para la avería… Pero era demasiado riesgo para el día que se nos venía encima. 

Domingo, 23km. 1466m de ascensión. 11:30h de actividad.

Con una hora menos de sueño, (eso los que durmieron), el día amaneció algo mejor de lo que las previsiones auguraban, y los 23 miembros restantes del grupo se hicieron una foto sonrientes bajo un amanecer carmesí, aunque también con un cierto nerviosismo ante un día que se sabía largo y variado.

Antes de coronar el Collado de Vallibierna (2.732m),  el viento comenzó a soplar y el cielo se encapotó recordándonos cómo es el Marzo que debiera ser.

 Primer cambio de tercio y bajada hasta cota 2.530m. Nos bloquea el paso el siguiente collado, y por primera vez hoy, sacaremos los crampones para remontar hasta la Collada de los Sarrios (2661m). Desde allí, y otra vez sin pieles, nos deslizamos hasta el Ibón de Llosás, (2.475m), para tomar algo sólido y preparar la subida más larga del día (unos 800m), que nos ha de llevar a cruzar la divisoria del macizo de la Maladeta.  

A esta altura, el paredón que rodea el Ibón nos deja pocas opciones de rumbo pero la falta de nieve hace que la salida sea algo caótica: algunos tratan de andar de roca en roca, otros de no hundirse hasta más allá de las rodillas, otros usan la poca nieve disponible para progresar trazando zetas y más zetas, los más simplemente vencen el desnivel agarrándose a las rocas y vegetación desnuda…   En este momento la visibilidad es vuelve escasa y el viento arrecia.

Al llegar por fin a un tramo con continuidad, Pepín toma el mando del grupo marcándose perfectas 43 zetas que nos llevan hasta la brecha Superior de Llosás, (3.060m), justo en el momento en que parece que la nube nos abandona y empezamos a vislumbrar el tajo abierto en la montaña por donde hemos de pasar.

Quizá sea por el buen trazado, o quizá por el silencio impuesto de braga calada hasta la nariz para protegernos del frío y aire, sea como sea el tiempo ha pasado volando en esta subida. Al  contrario, el tiempo se congela cuando por fin se nos revela el paso que debemos atravesar: la brecha, una imagen que a buen seguro perdurará en nuestra memoria como un momento definitorio de estos dos días. Recuerdo que gana en intensidad para muchos aún no tan bregados en estas lides de cruzar de valle en valle por los más altos portillos y collados, cuando lo franqueamos y sentimos el corredor de salida con intimidante pendiente de roca desnuda por la que debemos destrepar con crampones y ayudados de cuerda.

Dedicando a cruzar la brecha tanto tiempo como es necesario un grupo tan grande, volvemos a calzar esquís en cuanto encontramos un terreno fuera de la brecha y la pendiente para travesear el Glaciar de Coronas y ya sí, enfilar el último escollo de nuestra ruta: el Collado de Coronas, (3.200m).

En este momento, el tiempo, esta vez el meteorológico se alinea con nosotros y nos despeja el cielo de nubes y muestra ese cielo azul oscuro que sólo se ve cuando se está tan lejos del mundo de los hombres, y un poco más cerca de las estrellas, a más de 3.000m, dibujando cada contorno de la montaña, astillada de roca como un verdadero trofeo de orfebrería, (quizá de ahí la toponimia del lugar), como una corona de roca que nos prepara para cruzar al otro lado y terminar un ascenso que ahora sí, se nos hace corto.

El paso es inspirador, pero aún queda echar manos a la roca y cramponear con los esquís a la espalda para superarlo, aunque gracias de nuevo a Pepín que ha preparado cuerda para asirnos con seguridad, la trepada se resuelve en un abrir y cerrar de ojos.

Uno tras otro, los 23 esquiadores, asoman con una gigantesca sonrisa al otro del collado, sabiéndose ya ganadores de la bajada de casi mil metros que, comenzando en el glaciar del Aneto, nos va llevar hasta donde esta primavera adelantada haya dejado algo de nieve en condiciones.

Ocho horas y media después de empezar la jornada, empieza el merecido descenso en buenas condiciones hasta los 2.500m donde la nieve empieza a presentar un estado lamentable… Pese a eso se hacen todas las triquiñuelas posibles para usar hasta el último metro para seguir esquiando, antes de tener que volver a echar los esquís a la espalda en Aigualluts.

Sabemos que nos restan otros 6 kilómetros de portear los esquís y las botas a la espalda hasta el parking, sabemos que cargamos casi con el mismo peso que llevábamos el sábado al salir pero con más de 19 horas de actividad, permanentes cambios de pieles, crampones, uso de cuerdas, destrepes, trepadas, flanqueos, frío, viento, calor, sol, cansancio, alegría o tensión…

Aunque no llegamos al parking hasta casi las 20h y a algunos nos esperan más de 3 horas de coche hasta llegar a casa, lo más extraño es que al retomar nuestros pasos, cuesta pensar que solo el día anterior pasamos por estos mismos lugares, como si el tiempo disfrutado se hubiera estirado hasta convertirse en una semana. Como si tanto vivido en tan poco nos advirtiera que son días como estos los que conforman recuerdos perennes, que dejan poso más allá de las agujetas, dolores pasajeros, peajes necesarios y asumidos en este estilo nuestro de vida. En definitiva, tiempo bien empleado, Tiempo con mayúscula usado en su justa medida.