Por incómodas y largas canchaleras de granito
Saliendo de Llauset cruzamos todo el valle de Vallibierna y terminamos en Senarta
El pasado domingo día 18 tocó madrugar, a las seis y media salíamos una treintena de senderistas para realizar una larga travesía por unos bonitos y salvajes parajes, como además el tiempo fue excelente pues disfrutamos de lo lindo.
Para llegar al embalse de Llauset hay que dirigirse al pueblo de Aneto situado a orillas del Noguera Ribagorzana, cerca ya de Viella. Del pueblo sale una pista asfaltada que tras muchas vueltas y revueltas cruzando amplios pastizales y un largo túnel iluminado llega al embalse de Llauset que por estar casi vacío dejaba ver su imponente presa de hormigón. En autobús hemos llegado a casi dos mil doscientos metros. ¡¡Todo un lujo!!
Bordeando el ibón un sendero se dirige hacia un esbelto pico que tenemos enfrente, la Tuca de Vallibierna, cruza dos o tres escorrentías que provienen de los ibones de Anglios y tras cruzar el barranco de Botornés cambia su dirección hacia el norte (todo perfectamente balizado), gana altura con rapidez hasta situarnos a la orilla del ibón homónimo. Frente a nosotros pero todavía un poco alto, divisamos el recién inaugurado refugio de Cap de Llauset, de la Federación Aragonesa de Montañismo. Allí en sus alrededores fuimos almorzando y dando el visto bueno a tan magníficas instalaciones. Y la pregunta pronto viene a la mente ¿ para cuándo podremos decir lo mismo del refugio de Góriz ¿.
Tras un largo descanso y pasar por la cabecera del ibón de Cap de Llauset, siempre siguiendo las marcas rojas y blancas de la GR-11 (esta senda cruza el Pirineo de Gerona a Guipúzcoa atravesando los collados más altos de la Cordillera), emprendimos la subida al collado.
Ya habíamos cruzado varias pedreras pero de pequeña longitud, treinta o cuarenta metros cada una, ahora ante nosotros se presentaba una muy larga, empinada y con grandes bloques de granito y por entre ellos con las debidas precauciones fuimos ganando altura hasta llegar al collado de Vallibierna que sobrepasa los dos mil setecientos metros de altitud. Breve descanso en lo alto pues el vientecito era muy fresco y llegábamos sudados, pero lo suficiente para ver por debajo nuestro los ibones de Vallibierna y las enormes pedreras que nos separaban de ellos.
Atravesar largas canchaleras de rocas es algo común en los montañeros pero para los senderistas resulta novedoso pues pocas veces nos aventuramos por zonas tan altas. Hay que pisar los espacios de las rocas más planos, con menor inclinación, para ir progresando y fijarse donde apoya los pies el que va delante pues aunque las piedras están, normalmente, perfectamente encajadas unas con otras (de colocarlas así se han encargado los grandes volúmenes de hielo y nieve que soportan durante los meses invernales) por lo que tan apenas se mueven, y si alguna lo hace hay que ir corriendo la voz para que nadie confíe en ella y la tome como apoyo.
Con tranquilidad, sumo cuidado y abundantes paradas para reagruparnos llegamos a orillas del ibón alto de Vallibierna, que está bastante colmatado, y poco más tarde al ibón inferior que al ser muy profundo nos mostró sus oscuras aguas azules y su curioso desagüe por una estrecha trinchera. Desde ella hay una extraordinaria visión hacia el sur aunque cumbres como el Aneto y los Posets estaban cubiertas por las nubes pero otros tres miles como el Aragüels y Perdiguero mostraban sus esbeltas siluetas.
A partir de este punto la senda se hace más cómoda y sobre las tres y media de la tarde nos paramos a comer en la Plleta de Llosás gozando de un espléndido sol, una excelente temperatura y de una magnífica vista hacia la siempre llamativa Tuca de Culebras. El pedregoso camino que nos quedaba hasta el Puente de Coronas lo hicimos a buen paso porque teníamos el compromiso de llegar al autobús antes de las seis y media. Breve parada al iniciar los casi siete kilómetros de pista que separan el refugio aquí existente de la zona de acampada de Senarta en pleno valle de Benasque. Tanta ración de pista se hizo un pelín pesada pero entre variadas y amenas conversaciones, ninguna de política, algún chiste y contemplando el variado y agreste paisaje llegamos antes de la hora convenida.
El navegador de montaña apuntaba los siguientes datos: para un recorrido de poco más de 19 km., empleamos casi seis horas netas de andar, nueve horas desde que dejamos el bus, salvando un desnivel de subida de setecientos cincuenta metros y de bajada de mil quinientos metros.
El próximo domingo día veinticinco, T.A.A. nos ofrece una travesía con salida y llegada a Torla por la zona del Zebollar lo que nos permitirá ver unas extraordinarias panorámicas de los paredones del principio del Valle de Ordesa: Mondarruego, el Tozal del Mallo y los pliegues de Diazas.