31/01/2016
No podemos decir que la mañana empezara bien, en la zona por la que íbamos a transitar hacia el Picón comenzaba una batida de caza por lo que para evitar malos encuentros decidimos cambiar e ir hacia San Martín de la Val de Onsera, al menos así gozaríamos de más tranquilidad; pero ahí nos adelantaron tres motos atronado por el barranco de San Martín, con su tres motoristas haciendo gala de su sensibilidad con la naturaleza.
Pasado el irregular inicio pudimos disfrutar de las plantas que íbamos encontrando, rupícolas como la corona de rey, la oreja de oso y los helechos que suelen acompañarlas como la doradilla; las plantas que también en este tibio invierno nos indican los lugares menos fríos de la sierra, recuerdos del pasado cuando el clima zona era subtropical y la zona estaba cubierta por selvas de laureles, de lo que nos queda de ella vimos el cornicabra o terebinto del cual en el Egipto Faraónico sacaban una resina que usaban en los embalsamamientos, una enredadera de hojas acorazonadas como es la zarzaparrilla y un madroño, bueno al menos uno de grandes dimensiones con un tronco de un metro de perímetro.
Ya en el carrascal que encontramos desde la Puerta del Cierzo pudimos observar que estos árboles se cortaron hace años y rebrotaron de la cepa que quedo en el suelo, pero no un único tronco sino hasta una docena, como no ha ido nadie a cortarlos ahora nos las encontramos con troncos múltiples. Pero el cesar de sacar leñas, no solo ha permitido la recuperación de carrascas sino también del boj, ahora ya convertidos en arbolillos; plantas trepadoras como la hiedra prosperan a la sombra de los anteriores, no solo se adhieren a sus troncos con raicillas, sino que con sus tallos los abrazan y rodean, no podemos afirmar que los estrangulen como hacen en las selvas tropicales pero si que a algunos los pone en evidente aprieto.
Nuestro paseo terminó en el collado de San Salvador, donde una vez que dimos cuenta de nuestros bocadillos reemprendimos la vuelta de un paseo improvisado pero que no defraudó.
