Los días 18 y 19 de junio los más pequeños del club se desplazaron al Valle de Nocito, con base en el nuevo refugio de Peña Guara. En esta última salida antes de las vacaciones, lo principal era evitar el calor.
No podemos narrar aquí las muchas vicisitudes por las que ha pasado durante muchas décadas el club Peña Guara para tener un refugio propio en la localidad de Nocito. Pero está primavera, por fin, el Refugio ‘Casa Lardiés’ ya está casi concluido.
Y para hacerle honor desde nuestra sección, nada mejor que estrenarlo. Todavía no está abierto al público -lo estará en breve-, ni está completo el mobiliario -sin camas, por ejemplo-. Pero con el buen talante de los guardas no hacen falta lujos para sentirse muy a gusto. Además, para los inagotables benjamines del club, dormir en el suelo es más una fiesta que un problema.
Una vez resuelto, aunque por pelos, el problema del alojamiento, el siguiente paso es adaptarse a la predicción meteorológica. Y en esta ocasión esta predicción no podía ser peor. Capear chaparrones, nevadas o heladas no es inconveniente en esta sección. Pero una ola de calor en pleno solsticio hace muy peligrosas las actividades al aire libre con menores. Así que fue necesario, una vez decidido no suspender la actividad, buscar el mejor plan para evitar ese calor.
Durante una semana con temperaturas extraordinariamente altas en el nordeste peninsular lo que todos deseábamos era escondernos del sol o refrescarnos en el agua. Y eso hicimos en estos dos días: meternos en cuevas y bañarnos en frías badinas.
Al subir al autobús a las 9 de la mañana del sábado los 19 participantes dejábamos Huesca ya a más de 30º. Unas curvas después, en la zona de la cola del vacío embalse de Belsué, nos esperaba Alfonso, un veterano del club, experto en todo, con un saco lleno de cascos. El poco aire que corría por el valle del Flumen hizo cómodo el paseo hasta la presa del embalse, donde almorzamos a la sombra en uno de los túneles de la ‘carretera’ que bajaba hasta Cienfuens.
Ya con los cascos puestos hacemos los metros con nos faltaban hasta el punto donde Alfonso nos dijo que estaba la cueva. Pero nadie la veía. Hasta que él se metió entre unas rocas, se agachó un poco y desapareció de la vista. Por supuesto, todos los enanos salieron a la carrera en su busca.
Efectivamente, tras una oquedad de poco más de medio metro de alto se abre una larga cueva que, aunque en pocos puntos supera la altura de un adulto, se alarga una centena de metros con múltiples huecos y pasillos laterales mucho más angostos. Y, como en un sueño, la realidad se transforma por completo. Primero, la temperatura ha bajado hasta los niveles de casi frío. Y la oscuridad lo inunda todo, salvo lo poco que iluminamos con nuestras linternas frontales.
Cada ráfaga de luz de los nerviosos críos descubre preciosas estalactitas, estalagmitas, columnas, banderas, etc. por todas partes; e incluso el revoloteo de algún enojado murciélago, que no sabía que era sábado. Lo más complicado de ese lugar era tener que abandonarlo para volver a la dura realidad del exterior, donde el implacable calor seguía al acecho.
Sin más paradas, volvemos al autobús que nos lleva hasta la puerta de ‘Casa Lardiés’ en Nocito. Dejamos todos los bultos en las habitaciones, y bajamos al comedor. Los gruesos muros de esta antigua casa restaurada son la mejor tecnología contra el calor exterior. Allí comemos lo que cada uno traíamos de casa, sabiendo que no habría que cargarlo en la mochila.
Sin prisa los guardas del refugio nos muestran el edificio, y su historia. En la restauración se han preservado los espacios que caracterizan una típica casa del medio rural altoaragonés, principalmente la vieja cocina con su inmenso hogar.
Y, ya pasado lo peor del calor, nos ponemos el bañador y nos vamos a unas pozas en el río cerca del pueblo. Allí también lo más complicado fue sacar a los críos del agua. A las ocho nos sirven la cena en el mismo comedor, y a las diez toca cuento. Antes, claro, los pequeños apuran cada minuto libre para jugar a todo menos a estar quietos.
A las diez aparece, por donde se había ido Ricardo, un amable sud-tirolés que, con un acento entre austriaco e italiano, les cuenta una historia de osos, montañas y demás. Y al poco a dormir, con sacos finos y las ventanas abiertas.
El domingo aprovechamos para madrugar, desayunar pronto y salir sin mucho calor. La senda que comunica los dos barrios de Nocito continúa luego hacía el sur para morir en la pista que baja junto al Río Guatizalema. En su confluencia con el Barranco de La Pillera, giramos hacía el Este, para remontarlo, en sobra y casi bajo la vertical del Tozal de Guara, cruzando varias veces su cauce, por las piedras o por el agua.
Cuando llegamos al Badina Estañonero no es necesario explicar a nadie cual es plan. Todos al agua rápidamente, hasta que al tocarla se dan cuenta de que está mucho más fría de lo esperado. Las fuentes del norte de guara no saben nada de calor o estío. Una vez todos más o menos remojados, comemos algo y nos ponemos de nuevo el calzado duro.
El Barranco de Abellada, que viene del Norte, desemboca en esa misma badina pero para poder remontarlo es necesario superar un largo escarpe aéreo, vertical y con piedra suelta, que marca la diferencia entre bañistas y montañeros.
Superado este paso llegamos hasta sólo unos metros por encima de la badina, al cauce del Barranco de Abellada, con poca agua y mucho más caliente. Ahora, en dirección norte, no se trata de ir cruzando el cauce sino de recorrerlo a lo largo. Poza tras poza conseguimos remontar lentamente ese barranco. Intentar no bañarse en cada una de ellas es sólo una opción poco recomendable en un día así.
Tras una parada para comer con los pies en el agua salimos del cauce por unos antiguos huertos, y, ya bajo el aplomo del sol de mediodía descendemos al Oeste por el camino de Las Cañatas que baja hasta Nocito. Cuando completamos esta ruta rectángular aun nos queda una última parada, a por helados y refrescos en la terraza de Casa Ortas. De allí al refugio, recoger todos los pingos, despedirnos de los guardas -con la promesa, o amenaza, de volver- y al autobús.
Parece que el pronóstico de fin de la ola de calor se cumple, y por Arguis nos pilla un buen chaparrón, según cuentan los pocos que iban despiertos entonces.
Feliz Verano.
Jorge Arazo