Domingo 13/9/2020
Pocos monumentos hay en Aragón que sean tan famosos, conocidos y visitados como los dos monasterios de San Juan de La Peña. Lugares históricos enclavados en un entorno natural del cual la inmensa mayoría de la gente no conoce más allá del aparcamiento.
La sierra llamada de San Juan de la Peña es un paisaje de acantilados desnudos y vertiginosos en su vertiente sur y paredones menos altivos pero más vestidos de vegetación en la cara norte.La vegetación, exuberante de abetos, pinos, hayas, tejos, arces y acebos al norte y buchos, arizones, aliagas y pinos en la sur. De la fauna, pues por haber debe haber, seguro, pero más allá de los buitres y otras aves que vimos, el griterío de la pequeguara los mantuvo alejados y escondidos.
Bullicio constante incluso en los quinientos metros de desnivel iniciales para tres kilómetros de distancia que tuvimos que salvar, desde que desembarcamos raudos del autobús en la cerrada curva de la carretera donde se iniciaba nuestra senda. Pues eso, ni en semejante repecho las conversaciones, risas y jolgorio cesaron ni para tomar aire. Algunos pataslargas, en un involuntario silencio conventual propio del sitio, iban ofreciendo agua y algo que picar en las breves paradas.
La senda, en un entorno más propio de Ordesa se va volviendo más suave hasta llegar al collado de Betito donde hacemos una parada seria para almorzar. Pataslargas sentados, peques corriendo. Decidimos dar el último empujón a la subida que queda, primero por una antigua pista tapizada de las flores llamadas “quitameriendas” y luego por una senda que atravesando un bosque cada vez más abierto nos deja en las praderas de la cima del pico San Salvador.
Cima ocupada por la ermita del santo y mirador excepcional, de Monte Perdido al Orhi en el Pirineo, y desde Guara a la sierra de Sos del Rey Católico en el sur. Aquí la parada nutritiva es más contundente tras la cual algunos inquietos deciden acercarse a las dos cimas del cercano pico de la Atalaya. Desde donde se pueden apreciar mucho mejor la magnitud de las peñas que conforman este paraje.
Continuamos nuestra excursión hacia el este, vamos descendiendo poco a poco con acantilados a nuestra derecha y bosques a nuestra izquierda, el sol tiene fuerza pero un agradable viento nos refresca un poco, vemos ya el monasterio nuevo entre los árboles aún lejano e incluso vemos el tejado del monasterio viejo en su abrigo rocoso, y continuamos bajando pasando por instalaciones de antenas y tendidos eléctricos hasta una carretera que no seguimos, para continuar por una senda poco marcada que lleva a la pista del mirador de Santa Teresa.
Tomar esta senda ha supuesto un pequemotín donde se amenaza al guía. Pero éste al igual que el almirante Colón, salva la vida gracias a un vigía que a lo Rodrigo de Triana avista los columpios de la pradera de San Indalecio. Un instante después, tras 9 kilómetros 580 metros subidos y 400 bajados en 5 horas y media, de los 27 integrantes de hoy sólo quedan pataslargas caminando en agradable silencio los doscientos últimos metros de un bello paraje necesitado de lluvia.