No siempre salen las cosas como se habían planificado. Y este pasado domingo sucedió así. Una densa niebla envolvió a la aguerrida expedición de Peque Guara con sus 67 participantes de los cuales 28 eran peques. Dejamos de ver el sol, el cielo y el paisaje tras la primera de las paradas técnico/gastronómicas que hubo que hacer después de recorrer kilómetro y medio desde los autobuses.
Habíamos empezado a caminar desde el punto donde nace la pista que va al Salto del Roldán y es cruce con el último trozo de carretera hasta Santolarieta. Superado el pueblo llegamos al desvío donde nace la senda que conduce por la pintura rupestre, una reconocible vaca de color rojo, hasta el collado de Galicanta. En este trozo vimos vacas de las de verdad y poco más pues para entonces ya estábamos rodeados de una espesa niebla. Una lástima, pues la vista desde este punto mirando en cualquier dirección es impresionante. Llegamos un poco más tarde a la pista que desde el Salto del Roldán continúa hasta la ermita de Ordás pasando por el muladar del Tiacuto.
En este punto los amigos del Grupo Ornitológico Oscense, Nacho, Joaquín, Carmelo, Jesús y Paula nos esperaban, pero los buitres no opinaron igual y les reclamaron con insistencia amenazadora la manduca que como siempre despacharon rápidamente. Caminábamos nosotros por una pista en medio de la niebla cuando sobre nuestras cabezas, como fantasmas alados nos cruzábamos con al menos un centenar de buitres recién comidos en un vuelo rasante entre 5 y 15 metros de altura. Fue realmente una experiencia impresionante.
Total que llegados al muladar, éste cumplió igualmente su función y volvimos a comer nosotros haciendo tiempo y con la esperanza de que el cielo se abriera y nos justificara subir al pico Tiacuto para ver algo, pero la suerte no estaba con nosotros y después de una espera continuamos, por pista y senda, hacia el pozo de nieve primero y la ermita de Ordás a continuación donde el sol permitió volver a comer tranquilamente tras visitar la ermita y refugio.
Tras esta nueva parada algunos fuimos hasta los restos del castillo de Ordás, una única pared sobre un vertiginoso acantilado en forma de proa de barco. Despejado el valle pero no así algunas cimas próximas pudimos disfrutar del paisaje y del vuelo de los buitres que planeaban muy próximos a nosotros. De vuelta a la ermita donde nos reagrupamos y continuamos el descenso haciendo una visita obligada a la curiosa caseta/iglú de piedra construida sin argamasa y en perfecto estado de conservación. Para seguir en suave descenso hasta la vieja carretera de Arguis cruzando el Isuela por la impresionante pasarela construida bajo la autovía hasta el no menos importante aparcamiento donde esperaban los dos autobuses.
Bonito y agradable día pese a la niebla con 8 kilómetros recorridos, 380 metros de desnivel en ascenso y 450 en descenso, tres horas andando más otras tres jugando.