24/01/2016
POR EL ABADIADO DE MONTEARAGÓN
Otro año más y con este ya es el tercero, que continuamos fieles con las excursiones de Peque Guara. En esta ocasión los autobuses no nos llevan muy lejos, nos acercan a las 72 personas entre niños y adultos que este domingo nos hemos reunido, a las inmediaciones de Castilsabás, donde nuestra primera parada será la Ermita del Viñedo, punto de confluencia de una importante romería de los pueblos de la zona que hoy vamos a recorrer. Desde aquí visitamos el restaurado molino de aceite que se encuentra muy cerca y aprendemos como se extraía antiguamente este apreciado néctar del fruto de los olivos que dominan los campos de estas tierras y aunque todavía no hemos realizado esfuerzo alguno, almorzamos para tomar fuerzas para el día. Aquí el paisaje lo domina el pico de Guara y que contemplamos casi todo el día, así como la Atalaya de la cercana Santa Eulalia la Mayor que orgullosa domina estas tierras y que en otra ocasión tendremos que visitar por las magníficas vistas que desde allí se nos ofrecen.
Nos ponemos en marcha y nos dirigimos ahora a Castilsabás y tomamos el camino señalizado que nos indica la dirección a tomar para llegar hasta Sipán, que será el destino final de nuestra excursión. A lo largo del ancho camino que recorremos, los pequeños encabezan con decisión la columna multicolor que formamos. A pesar de estar en enero, contemplamos ya florecidos muchos almendros en esta primavera adelantada. El camino es ancho y bien señalizado y en poco tiempo, sin darnos cuenta, llegamos al cartel que nos señala el camino a tomar entre el bosquecillo para llegar a la Piedra de los Moros, lugar dónde hacemos otra parada, y dónde los más pequeños, bajo la atenta mirada de sus padres, disfrutan metiéndose en todos los agujeros excavados en la roca arenisca, recorriendo y arrastrándose por todos los pasadizos que los comunican. Disfrutamos de las vistas que desde aquí contemplamos, de este lugar mágico rodeado de leyendas. Este sitio nos ofrece a todos un bonito recuerdo, no paramos de hacer fotos a nuestros hijos y cuando preguntamos a los más pequeños al final de la excursión lo que más les ha gustado del día, no lo dudan y entre sus recuerdos este lugar aparece el primero, de hecho a muchos les gustaría repetir.
Retomamos la excursión regresando por la senda que nos ha traído aquí, hasta el camino principal por el que veníamos. Sin apenas esfuerzo llegamos hasta las inmediaciones de Ayera, que en esta ocasión no visitamos, aunque por supuesto no dejamos de visitar las ruinas de la Ermita de San Esteban y la necrópolis medieval que la rodea. Es aquí donde hacemos una larga parada para comer y los más pequeños sobre todo para jugar, algunos incluso buscando la sombra para cobijarse del sol que todo el día nos ha acompañado y calentado en este domingo casi primaveral del que disfrutamos en el atípico mes de enero que estamos.
En esta ocasión somos muchos, son varias las familias que han decidido empezar a acompañarnos en nuestras excursiones, y los pequeños que al principio no se separaban del lado de sus padres, pronto se sueltan y empiezan a jugar y caminar con los demás niños, encabezando con ganas la marcha, en ocasiones corriendo, y olvidando que sus madres y padres vienen detrás.
Desde aquí, dejando atrás los campos de almendros y olivos, ahora entre extensos cultivos ya nacidos que tapizan de verde el campo, nos cuesta menos de una hora llegar hasta Sipán, que nuestro numeroso grupo invade. Aprovechamos para refrescarnos del calor del día con el agua fría que sale de la fuente, mientras los pequeños juegan en la plaza y por supuesto endulzamos el final de esta jornada con el reparto de golosinas que a modo de pequeño premio cierra todas nuestras excursiones. Ya no queda nada, atravesamos este pequeño pueblo y nos dirigimos a los autobuses que nos esperan junto a Los Molinos, para en poco tiempo traernos de vuelta a Huesca.
Este domingo ha sido espléndido, el sol y una agradable temperatura nos ha acompañado toda la jornada; hemos hecho deporte, pues el recorrido que hemos realizado, sin apenas desnivel, ha sido de cercano a los nueve kilómetros (aunque los pequeños, con sus juegos, idas y venidas seguro que han ampliado largamente); hemos descubierto lugares mágicos, con historia; y sobre todo, nos lo hemos pasado muy bien, los pequeños se han divertido y los padres hemos disfrutado viendo sus caras repletas de sonrisas. No podemos pedir más, otra bonita jornada de convivencia familiar para recordar y algunos paisajes que quedarán grabados en nuestras retinas.
J.L.