↑ Volver a Peque Guara – 2021

Ruta nº75 – A vueltas por el Vero

Entretenido recorrido de los benjamines del club por la embocadura superior del Cañón del Río Vero

En el entorno del Río Vero se encuentran muchos de los mejores rincones de la Sierra de Guara. Topónimos como Basender, La Choca o Lecina evocan a recóndito y salvaje. Las figuras jurídicas de Parque Natural (de la Sierra y los Cañones de Guara), de Parque Cultural (del Río Vero) o de Árbol Singular (de la Carrasca de Lecina), entre otras, dan fe del valor e interés de estos parajes.

Y para cualquier zona de toda la Sierra de Guara vale el adjetivo de agreste. Nada se ha trazado en línea recta, ni los ríos y barrancos, ni los caminos, y mucho menos las carreteras.

Desde el km 16 al km 19 de la carretera A2205 de Colungo a Arcusa, hay sólo 2 km si se camina por el sendero más directo, pero se pueden necesitar 6 h si uno se entretiene en solo algunos de los tesoros de la parte superior del Cañón del Vero.

Y esto último es lo que hizo el grupo de Pequeguara el pasado domingo día 21 de nov. El autobús nos dejó a los 30 participantes, entre mayores y supuestamente pequeños, en el primero de esos puntos kilométricos, cerca del Collado de San Caprasio. Y antes de acabar de ajustar las mochilas ya nos topamos con los restos de una ermita y un poblado medievales del mismo nombre. Al sur no muy lejos asoma el relieve de la Colegiata de Alquézar. El cielo cubierto y el viento en calma hacen una mañana ideal para caminar, no tan fría y lluviosa como esperábamos, pero vamos con las manos en los bolsillos. Antes de entrar en calor ya paramos a comer algo, cerca de los abrigos rupestres de La Mallata. Y después de leer los paneles informativos vamos a visitarlos. Gracias a escaleras y barandillas se puede llegar ahora de forma segura a esas cavidades colgadas sobre la orilla izquierda del Río Vero. En sus paredes, entre el 5000 y el 1500 aC, sus moradores se dedicaron a plasmar con tintas sus necesidades y anhelos, en un estilo que ahora llamamos arte esquemático. Los pequeños pegaron sus caras a las verjas a ver quien encontraba más pinturas, como si fuera un escaparate navideño.

Volviendo la vista al cañón nos quedan enfrente los barrancos de su orilla derecha, Chimiachas y la Choca, con infinidad de cantiles, cavidades y selvas de carrascas. Abajo en lo profundo queda el tejado de la ermita de San Martín del Vero.

Las nubes se han abierto y hace incluso algo de calor. Al poco de volver a andar, llegamos al parquin del Barranco de la Portiacha, o del Mirador del Vero. De ese barranco solo podemos ver, con mucho cuidado, la embocadura del primer rapel volado. Pero desde el Mirador podemos disfrutar de las vistas sobre una gran parte del Cañón del Vero con el Barranco de Basender justo enfrente, y nos surgen ideas para hacer muchos más recorridos, algunos más expuestos que el de hoy.

En otro breve tramo de marcha en descenso llegamos hasta el cauce del río, en una estación de aforo por donde lo podemos cruzar sin tocar el agua. Ya por la orilla derecha, empezamos un tramo de subida, que por fin nos deja entrar en calor mientras vamos bordeando la orilla izquierda del Barranco de Basender. Cuando entramos en su cauce seco ya solo nos queda un breve tramo entre muros de piedra hasta el pueblo de Lecina. Los pequeños ya reclaman la parada de la comida. Pero antes encontramos otro punto de interés: la fuente de Fuendiós, un antiguo pozo fuente abovedado, similar a otros de más al sur. Y ya en el pueblo aun hay otra fuente a visitar, más normal y en un bonito rincón. Pero allí no cavemos todos para comer con las suficientes distancias de seguridad.

Así que acabamos comiendo el bocadillo en la plaza de Lecina. Al poco de empezar, los pequeños, tan hambrientos y cansados hace poco, ya han dejado los bocadillos y está corriendo por la plaza. Como siempre, ha andado demasiado poco para su inmensa energía.

El aire fresco nos obliga a mover, pero no podemos dejar Lecina sin visitar su magnífica carrasca, la más grande y longeva de las muchas que rodean el pueblo. Con un sol ya cerca del ocaso, podemos hacernos infinidad de fotos bajo sus inmensas ramas, mientras deseamos que nos bendigan con su robusta salud.

Ya sólo queda bajar de nuevo hasta el cauce del Vero y subir al parquin en la carretera, por el camino más breve y de nuevo entre antiguos muros de piedra. Nos acompaña sin nada mejor que hacer, un gran mastín vecina del pueblo, y que ha enamorado a todos los pequeños.

Con los últimos rayos nos subimos al autobús, todavía nos quedan muchas curvas para volver a casa, pero eso ya es faena para el hábil conductor. Lo que nos cuesta 3 minutos en bus, nos ha llevado 6 horas con 8 km recorridos para llevarnos un sinfín de postales de este magnífico entorno. Después de nuestro bullicio, sólo queda la tranquilidad ancestral.