Descubrí la montaña gracias a unos campamentos que se hacían en el colegio al que iba, Salesianos, por lo que solo podía ir a andar en verano.
Un día, un conocido me dijo que su nieta iba muchos fines de semana a andar con un grupo de amigos con Peña Guara.
Fuimos con mi padre a preguntar a las oficinas de la peña, y desde el primer contacto con ellos ya vi el buen ambiente que había.
Una vez apuntado en mi primer cursillo, el número 62, lo primero que hicimos fue ir a comprar mi primera mochila de montaña (ahora ya desgastada, quemada del sol, muy paseada), las gafas de sol, el pantalón,…
De este cursillo recuerdo que no conocía a nadie, tan solo había oído nombrar el nombre de algunos de mis compañeros de grupo, que ya llevaban años andando, también recuerdo que mi primera excursión fui al Pelopin, con el grupo de los jóvenes más mayores, allí descubrí el concepto de “chacer”, al temido Oscar y cientos de anécdotas.
Durante los siguientes años, me hice al grupo y al ritmo que nos imponían, en esos momentos solo nos importaba hacer excursiones fuertes, ver hasta donde éramos capaces de llegar, hacer picos, y si eran tres miles , mejor.
Pero con el paso del tiempo los monitores te van inculcando unos valores de comportamiento, compañerismo, saber que no solo existe la posibilidad de hacer cima…
Pero para mi unos de los más importantes está relacionado con la montaña; Saber renunciar, saber decir no a la montaña. Me explico, al principio solo me importaba sumar cimas, pues cuando no alcanzábamos el objetivo me sentía decepcionado, con los años descubrí que lo importante no es llegar a la cima, sino la gente con la que andas, “si uno no puede mas, nos quedamos todos”, si llueve o hace mal tiempo no vale la pena arriesgarse, ya habrá muchas excursiones y muchos mas días para hacerla.
En estos siete años que llevo en los cursillos hemos formado un grupo de amigos, con los que nos hemos reído, cansado, enfadado, sufrido de cansancio, por rozaduras, ampollas… pero excursión tras excursión, ya sea con sol, con niebla, con lluvia e incluso con nieve, hemos aprendido juntos a saber andar, subir, bajar, hacer la mochila, a vivir la montaña con seguridad…, y el vinculo de amistad creado con estas experiencias no creo que llegue a desaparecer.
Un día me pidieron que si podía ayudar a otros monitores a llevar un grupo de personas. Esto suponía un cambio completo de la visión que tenia sobre la montaña.
Empecé a mirar más las rutas antes de hacerlas, a enseñar como andar, a darles animo cuando creen que no pueden andar más, a admirar la paciencia de algunos monitores con la gente joven (todos hemos hecho lo mismo de pequeños), en resumen, los mismo que me habían enseñado a mi en todos estos años.
Por último, agradecer a la peña y los monitores, por todos los sitios que me han descubierto y la posibilidad de seguir formando parte de ello.