AL FILO DE LOS ACANTILADOS MONEGRINOS
Lo que se considera habitual de un grupo de montañeros es que siempre miren hacia las altas cimas. No deja de ser curioso que el autobús salga de Huesca en dirección Sur, pero nuestra salida en esta ocasión es a la tierra llana. Y más concretamente al sorprendente escalón de más de 100 metros de desnivel que desde Alberuela de Tubo hasta Sabayés y con el permiso del río Flumen, separa dos grandes llanuras. Torrollones y acantilados son testigos de un rico pasado geológico erosionado por el agua y el viento. Paisaje hoy domesticado por el riego pero que mantiene su carácter climatológico de extremos a los que la presencia humana ha sabido adaptarse y aprovechar. En Pequeguara descubrimos que a veces la cumbre de la excursión no tiene siempre forma de afilado pico. Puede ser un río, un bosque, un barranco e incluso el caminar por un asombroso paisaje más propio de películas del oeste americano, recorriendo los vertiginosos acantilados de la Serreta de Fraella.
Treinta y uno éramos los que bajábamos de ese bus que nos llevó a la localidad monegrina, lugar poco frecuentado incluso para la gente de la zona que iba a recibir en un mismo día a dos secciones de Peña Guara. Las « liebres » del grupo de carreras por montaña y los « rayones » de la Pequeguara. Comenzamos nuestro caminar no sin antes arrojar piedras, con regular acierto, a la repisa de la llamada Piedra de los Deseos, tras lo cual abandonamos la pista y por un amplio sendero llegamos a la Fuente de los Deseos de la que no sale agua. Pese a que es el punto donde nos cruzamos con los saltamontes de la Peña, la parada es breve. El sol aún no calienta este sitio y proseguimos en busca de un poco de calor. Remontamos de golpe todo el desnivel positivo del día con un pasaje que obliga a emplear las manos para llegar al Mirador de la Buitrera. El panorama es un regalo para la vista, los bocadillos lo son para los estómagos, y Jose Antonio Cuchí nos regala con sus explicaciones del entorno, detalles, historias y conocimientos. Con la digestión, visual, cultural y nutricional terminada continuamos por una senda que serpentea por el filo de roquedos y precipicios de arenisca. El escalón se vuelve más abrupto, más vertical. Vemos un enorme torrollón queda separado del escalón. Nos asomamos a la llamada Raja Miramiel, curiosa fisura con marcas y escalones de cantería sobre el abismo. Y llegamos al enorme circo del Rincón de Aguasca donde volvemos a comer. La sola mención de la palabra miel, había abierto de nuevo el apetito de los peques, y hay cosas con las que no conviene jugar. Caminamos sobre roca, la verticalidad de las erosionadas paredes a nuestros pies es impresionante, varias Chimeneas de Hadas, rocas en difícil equilibrio sobre minúsculos pedestales de tierra, nos sorprenden. Sobre la cornisa, el sendero excavado en la arenisca cual canal como consecuencia del antaño y frecuente paso de personas y animales, va girando hacia el norte y sin perder en ningún momento la visión sobre la amplia llanura monegrina, ahora podemos ver nuestro destino, la localidad de Tramaced. Que aunque administrativamente pertenece a la Comarca de la Hoya, su espíritu sigue siendo tan monegrino como el propio bandido Cucaracha. Son las tres de la tarde y aún pisamos escarcha y hielo por la senda que a la sombra baja del escalón. Unos antiguos y abandonados cultivos de olivos nos reciben poco antes de entrar en Tramaced. Dos enormes rocas presiden el conjunto del pueblo, una es para la iglesia y la otra cobija los columpios donde los peques de la Pequeguara aún con ganas y fuerzas hacen buen uso.
Algo más de nueve kilómetros de una excursión prácticamente llana para la primera salida de la Pequeguara en este año 2,022.