Lucía Arias

LUCÍA ARIAS CASASÚS

¿Cómo acabé metida en Peña Guara yo también? Mis padres siempre han sido fanáticos de la montaña, y como todos los padres, querían que sus hijos compartiésemos sus aficiones. Recuerdo cuando iba de pequeña al monte con mis padres y nos costaba dos horas llegar desde el puente de Bujaruelo hasta el prado de al lado del río mientras cogíamos las fresas silvestres que quedaban, recorrido que repetíamos todos los años en el mes de Agosto. La última vez que fui lo recorrí en media hora. ¿Cambia un poco no? Otra excursión que no olvidaré es la primera vez que fui con mi padre y mi hermano a Peña Oroel cuando yo tenía 8 años, que en la décima de sus 33 curvas en zig-zag les hice darnos la vuelta porque ya no podía más.

Cuando mis padres descubrieron los cursillos de montañismo de Peña Guara yo era demasiado pequeña para ir, pero esperaron el tiempo necesario. Recuerdo perfectamente mi primera excursión. Fui con tres amigas, Teresa, Alba y Amaya. Nos parecía incomprensible el ritmo que llevaban Isidro, Charo o Mariano. Mientras nosotras nos desmoronábamos ¡parecía que ellos daban un paseo por el parque! El camino se hizo eterno. Cuando llegamos por fin a la ermita en la que comimos, Isidro nos señaló un pico que se veía que me pareció altísimo. ¿Quién me iba a decir que lo subiría tres años después?

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Excursión tras excursión, domingo tras domingo, aprendí que, aunque siempre llegase a casa quejándome de que estaba muerta de cansancio y diciendo que no podría levantarme el lunes para ir al colegio, todo el esfuerzo merecía la pena. Al día siguiente llegabas a clase contándoles a tus amigas lo que habías hecho y ellas, como cualquier niña de 9 años, querían hacer lo mismo que las demás. El grupo creció, trayendo consigo muchos teatros y canciones sobre la montaña que inventábamos durante las excursiones y que poníamos en escena a la hora de comer. Bueno, la verdad es que lo seguimos haciendo, jajaja.

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Poco a poco fuimos descubriendo los trucos de los monitores, y por supuesto, haciendo nuestros propios trucos. Algunos consejos que todo joven cursillista debe saber son los siguientes:

  • 15 minutos nunca son 15 minutos, y media hora nunca es media hora. Siempre habrá dos opciones: que quede más tiempo del que dicen, entonces te enfadas un poco; o que te digan más tiempo del que queda en realidad, que lo utilizan para que dejemos de preguntar.
  • Cuando quede cerca de media hora para parar a comer o a almorzar, no hay que enfadar a los monitores ni preguntarles demasiado, porque si no no sacarán el queso y el fuet.
  • Cuando llueve muchísimo o hace demasiado calor, sé que es inevitable quejarse, pero hay que intentar hacerlo moderadamente. Esto me ha costado cuatro años aprenderlo, no es nada fácil, pero al final entiendes que por más que te enfades no va a cambiar el tiempo, así que a pensar en otra cosa o a hablar con los amigos, que para eso están allí, para hacerlo todo más ameno.

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Yo aún no soy lo que se dice una veterana. Nunca he subido un tres mil, se me olvidan los nombres de las montañas a las que vamos, me costó diferenciar un piolet de un jadico, a veces me dejo las gafas en casa o llego con la cara roja porque ‘ay, es que no encontraba la crema’… pero creo que he aprendido y progresado lo suficiente durante ocho cursillos como para considerarme aprendiz de veterana.

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Por último dar las gracias a todos los monitores que nos han aguantado por ahora: Isidro, Charo, Salas, Antonio, Fernando, Julio, José María, Óscar… por estos cuatro años, por estos ocho cursillos y por los que quedan, y sobre todo por darles la satisfacción a mis padres de que me lleven a la montaña y les lleve yo a ellos. Y bueno, aviso de que, por muchas veces que haya dicho al terminar una excursión ‘aquí no vuelvo en mi vida’, a finales de abril seré la primera en llegar a la peña para apuntarme de nuevo. Y bueno, aquí me despido, hasta el domingo que viene, donde siempre y a la hora de siempre. ¡Ay! Perdón, es la costumbre, quería decir… Hasta mayo.

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