6 de septiembre de 2020
Que una quincena de montañeros de Peña Guara ascendieran el pasado domingo al pico Mulleres no debería de ser ninguna noticia, ni mucho menos ocupar un espacio en este Diario, si no fuese por lo que significa en estos tiempos de pandemia en los que, desde Peña Guara, estamos intentando recuperar nuestras actividades y así, poco a poco, volver a la antigua normalidad. Claro que tomando todas las precauciones, de hecho, la actividad programada en el Pico a Pico para este fin de semana era la ascensión al Vignemale desde Bujaruelo, haciendo noche en el refugio de Baisellance, pero, una vez más, el miedo al contagio, y a contagiar, pernoctando en un refugio tan pequeño y contactando con desconocidos, nos hizo replantear la excursión y nos decidimos por la ascensión al Mulleres, el tres mil más oriental del macizo de la Maladeta. Una cumbre fácil, no demasiado frecuentada por nosotros y desde la que se puede disfrutar de una extraordinaria vista del Aneto y las Maladetas.
Por hacerlo más completo, el plan propuesto era partir desde la boca sur del túnel de Viella para ascender por el valle de Mulleres, y descender por el collado Alfred y el valle de Riu Nere hasta la boca norte del túnel. Pero cuando fuimos a dejar un coche en la boca norte para, a la vuelta, poder volver a recoger los coches de la boca sur, una niebla espesa y húmeda (la llamamos gabacha y “meona”) cubría este valle y ya intuimos que si durante el día no se levantaba, tendríamos que volver por el mismo camino de la subida.
Al principio el valle de Mulleres es bastante plano pero al llegar a un pequeño bosque de hayas, el camino comienza a ascender por la derecha del torrente que fluye por el valle. Enseguida las hayas dan paso a los prados alpinos por los que el camino, que se intuye bastante frecuentado, se sigue con bastante facilidad, siempre en dirección al característico refugio metálico muy visible durante todo el recorrido.
A nuestra izquierda, el pico Feixan, rocoso, esbelto, precioso, emergía entre las nubes que se originaban en sus laderas. El pronóstico del tiempo era; viento del norte, culpable de la niebla que cubría la vertiente norte, nubes de evolución diurna y riesgo de tormentas a partir de las tres de la tarde. Pero, aunque poco a poco las nubes iban a más, lo cierto es que el tiempo era magnífico y la temperatura ideal.
A la altura del refugio llegamos a una sucesión de ibones (perdón, estanys, que estamos en Cataluña) escavados por el glaciar que hace miles de años dio forma a este valle de Mulleres.
Sin casi percatarnos del cambio, los prados alpinos desaparecieron y también el camino que ahora teníamos que adivinar siguiendo los mojones que, desperdigados, íbamos encontrando en un laberinto de bloques de granito. No obstante, un enorme rebaño de ovejas, confundido entre las rocas, pastaba en las alturas y el contante sonido de las esquilas nos acompañaba durante la ascensión.
Muy cerca de la cumbre, alcanzamos un collado al que tuvimos que llegar trepando por las rocas. Al otro lado pudimos contemplar el macizo de la Maladeta y el Aneto con sus agonizantes glaciares. Al norte, la niebla francesa, y aranesa, se vertía por las laderas hacia el sur, pero las nubes de evolución diurna que habían ido creciendo en las últimas, formaban un denso nublado que amenazaba volverse tormentoso. Lo cierto es que las nubes siempre ayudan a realzar la majestuosidad de las montañas y desde la cima disfrutamos de este impresionante paisaje pirenaico.
Compartimos cumbre con otro numeroso, y bullicioso, grupo de montañeros, aunque, sin ponernos de acuerdo, ambos grupos nos mantuvimos separados, respetando las distancias. El omnipresente coronavirus nos ha hecho recelosos y precavidos. ¿O miedosos?
Como el nublado parecía inofensivo, descendimos tranquilamente y algunos hasta echaron un baño en uno de los lagos. Ocho horas más tarde llegamos al final de la excursión. La temperatura había bajado sensiblemente y la niebla del norte se asomaba por encima de las montañas. Al sur, al fondo del valle, lucía el sol. Parecía que no, pero todavía quedaba un poco de verano para seguir disfrutando de las montañas.